Hacia un derecho de copia como derecho pleno

El derecho de autor ya no es lo que era. Aquello que hasta hace pocos años recibía el nombre de derecho de autor (en la tradición jurídico política continental), comienza ahora a ser ampliado hacia un “derecho de autor y derecho de copia”. El agregado del derecho de copia o derecho a copiar comienza a dar cobertura a los intereses difusos del público, de los usuarios finales. El derecho de copia comienza a ser un foco de tensión en una nueva fase del capitalismo global.

Las tecnologías digitales y las redes electrónicas distribuidas han significado un aumento superlativo en las capacidades de copia que tienen los usuarios finales. En pocos años se están redefiniendo, no sólo aquello que se puede y no se puede hacer con las obras intelectuales, sino también qué ocurre con la gestión de la cultura, la gestión de sus industrias y la distribución de las riquezas intelectuales comunes.

Los derechos de copia están dejando de ser meras limitaciones y excepciones a los derechos patrimoniales de autores y titulares industriales sobre obras intelectuales y comienzan a significarse como un derecho pleno. Estos derechos a copiar bienes y obras intelectuales comienzan a construirse como derechos elementales y básicos dentro de las sociedades democráticas. ¿Derechos de acceso a la cultura? No, los derechos de copia se presentan como algo más importante.

En la era digital la copia es pervasiva, ubicua, penetrante, común a las prácticas cotidianas. Se ha vuelto una parte sustancial de la cultura contemporánea. Pero, ¿esto fue igual en otros momentos históricos? ¿Cuán profundas son las prácticas sociales vinculadas a las capacidades de copia? ¿Es posible considerar la copia como algo básico y elemental de la existencia humana? Sin dudas, las capacidades de copia caracterizan a la humanidad.

Hace mucho tiempo que los seres humanos copian absolutamente todo. Antes de que existieran autores, leyes, industrias culturales o tecnologías digitales, las diferentes formas de copia ya atravesaban las prácticas humanas. Entre otras, las capacidades de reproducción biológica, el aprendizaje o el pensamiento humano están íntimamente relacionadas a las capacidades de copiar y adecuar el mundo a cada paso, suspiro o pensamiento.

Los artistas copian, los músicos copian, los políticos copian, los científicos copian (algunos, todavía citan…), los profesores copian, los alumnos / aprendices copian, los periodistas copian, los deportistas copian, los programadores copian, los abogados copian, los diseñadores copian, los médicos copian. ¿Todo es una copia de algo? Claro. Todo lo que existe es copia de algo que, virtuosa o vilmente, lo antecede. ¿Y el original? El original jamás existió.

Más aún, la inspiración es copia, la movilización mental o espiritual es copia, la empatía también lo es. Imitar es copiar, derivar algo es copiar. ¿Qué más? Mucho más. Crear, reflejar, criticar, producir, reproducir, representar, interpretar, simular también son formas de copiar. ¿Hay más? Sí, claro. Traducir es copiar, transformar, miniaturizar, gigantizar, deformar, distorsionar, sintetizar, replicar, falsificar, repetir o clonar también es copiar.

El concepto de copia proviene del latín ‘côpia,ae’ y su significado remite históricamente a algo que es abundante, rico, vital, diverso, múltiple, numeroso, multitudinario. Ahora, siendo tan importante y profunda, ¿por qué la copia está siendo significada como algo negativo? ¿Por qué copiar es algo perseguido y criminalizado en los últimos siglos? ¿Se relaciona esto con las regulaciones que alcanzan estos derechos? Ciertamente.

Mientras los derechos intelectuales sigan llamándose “propiedad intelectual” la copia siempre se construirá, con astucia capitalista, como  una merma o degradación de un supuesto e imaginario “original”. El capitalismo ha construido regulaciones que entienden selectivamente la copia como algo criminal, como un error, una falla, algo deleznable. Sin embargo, lejos de ser criminal, la copia es vital y necesaria para la justa distribución de las riquezas intelectuales de la humanidad.

Ahora bien, ¿por qué la criminalización de la copia se ha vuelto selectiva a escala global? ¿Por qué algunos pueden copiar y acumular y otros son perseguidos? ¿Por qué se criminaliza a usuarios finales y pequeñas empresas que copian y no se persigue a las corporaciones que se enriquecen escandalosamente gracias a estas mismas capacidades? Es claro, criminales son aquellos que acumulan, apropian y privatizan en sus servidores la herencia intelectual de la humanidad.

* El Dr. Ariel Vercelli es Presidente de BIENES COMUNES A. C. e Investigador del CONICET / IEC-UNQ. Columna publicada en la sección de Tecnología de Télam. Sin licencia.

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